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¿Y si entre tanta desgracia, a alguien de mi familia le había tocado? ¿Acaso a mi pequeño Manolito? Diez años tenía cuando el golpe de estado. En el presidio de Pamplo¬na, en el Fuerte de San Cristóbal los había con dieciséis, diecisiete? Sí, el no saber nada, eso era lo más doloroso, como un puñal clavado en lo más hondo del sentimiento. Luego, al terminar la guerra, todo se suavizó un poco; por fin se pudo establecer ?aunque muy censurado? algún tipo de carteo. Fue como una ventana al exterior, a la es¬peranza y, sí, también al futuro, ese que nos había esta¬do prohibido. Ya no me importaba tanto si Franco había ganado o perdido, si la República estaba viva o muerta. Esa fue mi debilidad, mi mayor concesión. También, el principal triunfo del dictador sobre mi persona.