Santo Tomás de Aquino asumió la filosofía aristotélica, al juzgar que era el instrumento más adecuado para la reflexión teológica. De este modo, hizo suya la enseñanza acerca de la naturaleza como principio intrínseco del movimiento y del reposo, acentuando no obstante que es en la generación del viviente donde se manifiesta más claramente dicho principio. Esto le permitió profundizar en numerosos aspectos de la doctrina revelada de la Creación. Así, ascendiendo por los diversos grados de naturalezas llegó hasta la naturaleza divina en tanto que intelectual y comunicativa de sí, generativa (según sabemos por la fe) de una Palabra por la que fueron creadas libremente todas las cosas para difundir su Bondad. Las diferentes creaturas son entonces imitativas de Dios, según la naturaleza de cada una, pero sobre todo la creatura racional, que es comunicativa de sí según su naturaleza intelectual. Mas ello supuesta la condición creatural, esto es, receptora del ser en acto, perfectivo de toda forma o naturaleza; así, la síntesis entre naturaleza y Creación permite dar razón del hombre como ser personal, como subsistente distinto en una naturaleza intelectual. La comprensión de la vida humana en todas sus vertientes (intelectual, moral, familiar, política, etc.) adquiere entonces una formidable profundidad, al ser comprendida como vida personal.