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En este pequeño, gran canto a una tierra olvidada en el recuerdo, y reconstruida para la ocasión, hay mucha tierra, tierra que se te mete en la garganta y te oprime la laringe, mientras buscas pistas de un asunto que solo te puede aclarar la lluvia. Su árida memoria, nos lleva hasta Almazara, y no nos decepciona con absurdos recuerdos de inocencias perdidas, ni amores epistolares, sino que nos obliga a conectar con los olores, fluidos y sabores amargos de una literatura tan hiperrealista que termina pareciendo onírica.Cuando Juantxu imagina, el lector sueña y al mismo tiempo viaja en vagones de metro, y vuelve a la ciudad y a los cafés de Madrid, mientras lleva una bici entre naranjos. Todo, el sueño, el recuerdo, lo presente, unido en un cónclave que a veces provoca insuficiencia cardiaca, pero que al final se resuelve con fumata blanca. Nosotros podemos seguir reconstruyendo nuestro propio olvido, mientras hemos presenciado el milagro del recuerdo.