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He leído con interés lo que nuestra ciencia nos dice de la condición humana, he caminado por los espléndidos edificios que llamamos conocimiento, y mi corazón no ha obtenido ningún néctar, ninguna alegría duradera, ninguna palabra que aliente mi Vida.Veo cómo nuestros saberes relegan mi humanidad, la tuya, la de todos, a no ser más que una ínfima casualidad cósmica cuyo resultado es esta identidad, precaria y doliente de fugaces placeres. Una inerte infinitud tolera nuestras carencias. Ayer éramos hijos de los Dioses, o sus amantes, o la mejor de sus obras, el centro del Universo. Hoy no somos más que los torpes comparsas de nuestras propias máquinas, con las que absurdamente queremos competir en su repetitividad calculadora y en su pequeñez.Me siento huérfano de lo Divino, y lo que es peor, responsable de haber vendido la dicha de un sencillo anhelo por la Belleza y la alegría a cambio de treinta monedas de tecnología.