José y David no se separan ni un momento. Son la cara y la cruz de una misma moneda acuñada hace muy poco llamada Estopa. Se mueven con los mismos amigos, tienen las mismas aficiones y han pasado de trabajar juntos en la fábrica a compartir sobre el escenario los acordes que creaban sentados en las camas de su habitación, uno frente a otro, y en los ratos más aburridos del taller. Pero tampoco son dos gotas de agua.